Los dragones fueron representados a lo largo del tiempo como grandes serpientes o reptiles que poseen cualidades mágicas o espirituales. El origen o etimología de su nombre proviene del latín: draco, draconis, y es un término que designa a un animal mitológico. Durante la Edad Media, los dragones fueron considerados símbolo de apostasía y de traición, aunque también de cólera y envidia. Los dragones de varias cabezas significaban decadencia, opresión y herejía, aunque también fueron considerados como emblema de independencia.
Muchos dragones representaban la Sabiduría. Matar un dragón era considerado un pasaporte a la riqueza, y la demostración de que un héroe era realmente hábil y astuto. Un ejemplo de esta simbología la encontramos en una famosa gesta épica germana: El Cantar de los Nibelungos, cuyo héroe Siegfried (Sigfried o Sigfrido) vence al dragón Fafner –custodio del tesoro de los Nibelungos–, lo que le permite convertirse en dueño de esta fortuna y bañarse en la sangre de esta criatura fantástica. Esto lo transforma en un ser invulnerable, prácticamente invencible excepto por el pequeño “punto débil” que tan bien sabrá aprovechar el traidor Hagen para vencerlo.
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